Son las seis de la mañana y no puedo dormir más. Abro la
cortina de la habitación para dejar entrar algo de luz a las siempre sombrías y
pseudo-eróticas habitaciones de hotel. No hay suerte. El día se está levantando
detrás de una capa de nubes espesa que desciende a la ciudad aposentándose
cómodamente sobre los edificios más altos. Como un bar lleno de humo donde
parece que sólo puedas respirar estirándote en el suelo. Llueve. Ha llovido
toda la noche.
El autobús que lleva a Maria a Carolina del Norte está
siendo registrado minuciosamente por la policía. Llega tarde, tiene sueño y
todo el fin de semana le va volviendo a la cabeza a pedazos.
Antes de empezar a planificarme las pocas horas libres que
me quedan de mañana, decido ponerme algo de música. Últimamente estoy con Luna.
Es la música perfecta para ponerse a primera hora, en una de esas mañanas en
las que puedes permitirte un despertar lento y gradual. Ducha, mails, planchar
una camisa irremediablemente arrugada.
Suena “Chinatown” y me viene a la cabeza el olor de la salsa
de los dumplings en el restaurante de anoche. Subo a desayunar al último piso,
una terraza con vistas donde dan poca cosa más que café y bagels con mermelada.
Leo cuatro tonterías en uno de estos laberintos que tienen aquí por periódicos.
Lees una parte en portada, despliegas, se caen los módulos de artes, negocios y
deporte, intentas encontrar la conexión en la página indicada, te peleas para
volverlo a doblar y al final no era tan interesante porque todo lo importante
ya lo habías leído en la portada.
Pienso que podría vivir aquí. Un tiempo, quizás.
No comments:
Post a Comment