Hay una especie de ritual cuando te pones a escuchar por primera vez un disco nuevo de Low. Tiene que estar todo en su sitio y en riguroso silencio, tienes que apretar el play con la misma delicadeza con la que la chica enamorada deshoja la margarita, y cerrar los ojos dejándote llevar por el río sonoro de las primeras notas. Y el ritual nunca defrauda. C’mon es el noveno regalo que nos hace Low. Al abrirlo, empezamos un viaje al corazón del grupo. Seguramente aquí nos encontramos a los Low más puros y esenciales: nos muestran el sonido con el que siempre se han presentado en sus conciertos y con el que entran en el estudio para grabar. Dejan atrás el desnudo rítmico del inigualable Drums & Guns, y olvidan la vertiente más ruidosa y directa presentada en The Great Destroyer.
La primera parte del disco es donde más peso ha tenido la presencia del productor Matt Beckley, aportando un aire más amigable y radiofónico. “Try to sleep” y “Witches” tienen un tono expansivo muy cinematográfico y paisajístico, pero a su vez tienen elementos que las hacen muy cercanas y accesibles, como el banjo de la segunda parte de “Witches”. Con “Done”, en colaboración con Nels Cline, comienza la parte más introspectiva y empezamos a darnos cuenta de que estamos ante un gran disco de los de Duluth con el falso vals “Especially me”. Una de esas canciones que crecen con cada escucha. La calidez con la que Mimi Parker canta es paralizadora. De hecho, en este disco vuelve a tener mucha presencia como voz principal, y esto lo dota de una luminosidad cristalina: el estribillo de “You see everything” da ganas de seguir viviendo un día más.
La segunda mitad del disco nos presenta la vertiente más ocura y looposa de Low. En “20$”, Alan Sparhawk grita “My love is for free” mientras acaricia la guitarra como si cuidará de un bebé recién nacido. “Majesty/Magic” y la tristísima “Nightingale” crean una atmosfera de tensión que acaba explotando en “Nothing But Heart”, seguramente el mejor corte del álbum. Aquí chocamos con una pasión exponencial, una repetición golpeante que no nos deja escapar. Sparhawk proclamando a pulmón abierto durante más de 6 minutos que no es nada más que corazón. Es el clímax del disco, uno de esos esfuerzos agotadores extremadamente placenteros. Te remueve todos los intestinos, te deja sin aliento, te ata un nudo en la garganta y te da unas ganas incontrolables de llorar. Después, “Something’s turning over” actúa como aliviante e intenta recomponerte y dejarlo todo en su sitio, como si no hubiese pasado nada. Como la calma después de la tormenta.
Seguramente no llega al nivel de las inspiradas composiciones de Drums & Guns y no consigue crear esos submundos amansa-fieras que eran sus primeros trabajos, pero es uno de esos discos que siguen creando escuela y postulando a Low como una de las bandas más influyentes de los últimos 15 años.
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